martes, 1 de abril de 2008

Supersticiones


Las supersticiones es un tema interesante puesto que son muchas personas que caen en cualquier tipo de supersticiones sin saber su porque ni su origen.



Napoleón temía los gatos negros y Sócrates el mal de ojo. A Julio César le aterrorizaban los sueños. Enrique VIII aseguraba que la brujería le había inducido a casarse con Ana Bolena. Pedro el Grande experimentaba un terror patológico cuando tenía que cruzar puentes. Samuel Johnson siempre iniciaba la entrada o la salida de un edificio con el pie derecho.


Todavía hoy, las supersticiones referentes a la mala suerte impiden a muchas personas pasar por debajo de una escalera o embarcarse un martes día trece. Por otra parte, estas mismas personas, en pos de la buena suerte, suelen tocar madera.


A lo largo de la historia, la superstición de unos ha sido a menudo la religión de otros. El hombre primitivo, al buscar explicaciones para fenómenos tales como el rayo, el trueno, los eclipses, el nacimiento y la muerte, y carente de conocimientos sobre las leyes de la naturaleza, desarrolló una herencia en los espíritus invisibles.



En nuestros días, para protegernos de ese posible mal que puede malograr nuestras intenciones, usamos acciones y utensilios que puedan pararlo, o al menos disminuirlo como es


PATA DE CONEJO


Dicen que la persona que persigue la buena suerte, debiera llevar consigo la pata de un conejo. Históricamente, la pata de conejo poseía poderes mágicos. En Europa, la suerte atribuida a una pata de conejo, se debe a una creencia arraigada en un antiguo totemismo, porque el hombre, que se adelantó al darwinismo en varios miles de años, pensaba que descendía de los animales. Cada tribu tenia un animal como mascota.


Los celtas, por ejemplo, creían que este animal pasaba tanto tiempo bajo tierra, porque mantenía una comunicación secreta con el mundo subterráneo de los númenes. Así que el conejo disponía de una información que a los seres humanos les estaba negada. Y el hecho de que la mayoría de los animales, entre ellos el hombre, nazcan con los ojos cerrados, en tanto que los conejos llegan al mundo con los ojos abiertos de par en par, les confirió una imagen de sabiduría. En realidad, es la liebre la que nace con los ojos abiertos porque el conejo lo hace con los ojos cerrados.


Sin embargo, fue la fecundidad del conejo lo que contribuyó a dar a ciertas partes de su cuerpo su más intensa relación con la buena suerte y la prosperidad. Poseer cualquier parte del conejo, como la cola, una oreja o una pata, aseguraba la buena fortuna a cualquier persona.



HERRADURA



Una herradura, el calzado de Caballos, mulos y burros, colgada en algún sitio, está considerado como el más universal de todos los amuletos de la suerte.

La herradura era un talismán poderoso en todas las épocas y en todos los países en los que existía el caballo. Aunque los griegos introdujeron la herradura en la cultura occidental en el siglo IV, y la consideraban como símbolo de buena suerte, la leyenda atribuye a san Dunstan el haber otorgado a la herradura, colgada sobre la puerta de una casa, un poder especial contra el mal.


TOCAR MADERA


Otra manía nuestra en relación con la buena suerte es la costumbre de tocar madera. Los niños que practican el juego consistente en tocar un árbol, donde quedan a salvo de sus perseguidores, repiten sin saberlo una costumbre que data de hace 4.000 años y que iniciaron los pobladores de Norteamérica.


ROMPER UN ESPEJO


Pero si hay una cosa que muchas personas creen que trae mala suerte es romper un espejo. Es una de las más extendidas supersticiones todavía existentes, como portadoras de mala suerte.


Se originó mucho antes de que existieran los espejos de vidrio. Esta creencia surgió de una combinación de factores religiosos y económicos. Los primeros espejos utilizados por los antiguos egipcios, los hebreos y los griegos, eran de metales como el bronce, el latón, la plata y el oro pulimentados, y, por tanto, irrompibles.

El cuenco de cristal lleno de agua —el miratorium para los romanos— se suponía que revelaba el futuro de cualquier persona, cuya imagen se reflejara en la superficie del mismo.



Los pronósticos eran leídos por un «vidente». Si uno de estos espejos se caía y se rompía, la interpretación inmediata del vidente era que la persona que sostenía el cuenco no tenía futuro —es decir, que no tardaría en morir— o que su futuro le reservaba unos acontecimientos tan catastróficos, que los dioses, amablemente, querían evitar a esa persona una visión capaz de trastornarla profundamente.

Este uso efectivo de la superstición sirvió para intensificar la creencia en la mala suerte acarreada por la rotura de un espejo, a lo largo de generaciones de europeos. Cuando, a mediados del siglo XVII, empezaron a fabricarse en Inglaterra y en Francia espejos baratos, la superstición del espejo roto estaba ya extendida y firmemente arraigada en la tradición.

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